Gregorio Izquierdo Llanes

DIRECTOR GENERAL DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ECONÓMICOS

Reivindicando al empresario

Es necesario reivindicar la figura de las empresas en el progreso social, y recordar su obligación de ser rentables y obtener beneficios. La contribución de una empresa al PIB es, grosso modo, la suma de los salarios e impuestos que paga, junto con los beneficios que obtiene. Las empresas que no generan beneficios no tienen garantizada su existencia a lo largo del tiempo y estos beneficios no son posibles sin empleo que complemente al capital. A fin de cuentas, los beneficios no dejan de ser la recompensa de funcionar en las fronteras del crecimiento empresarial y de la eficiencia en la producción y en la innovación de productos y procesos.

 

Las pérdidas, por el contrario, son la peor de las realidades y frustraciones para el que las sufre, ya que comprometen la existencia y supervivencia de las empresas, y nos recuerdan la dificultad extrema y el riesgo intrínseco de la actividad empresarial. Resulta preocupante que, en un momento como el actual, casi una de cada tres empresas españolas esté en pérdidas y que, todavía a estas alturas, no se haya recuperado respecto a la situación precovid, ni el tejido productivo ni la inversión, que está muy por debajo de la existente entonces.

 

Una empresa que no invierte tiene comprometido su futuro, ya que es necesario reemplazar el capital fijo consumido en el proceso productivo y, si es posible, intensificarlo para incorporar nuevo capital y cumplir los requerimientos de digitalización y sostenibilidad. Si nuestros empresarios

no invierten no es porque no quieran, sino porque no tienen la confianza suficiente en recuperar su inversión y obtener una rentabilidad mínima suficiente. Los que tienen pérdidas o escasos beneficios, no sólo generan recursos insuficientes para financiar sus nuevos proyectos, sino

también para acceder al crédito y a los mercados de capitales.

 

El problema no es sólo obtener rentabilidad, que también, sino que esta rentabilidad compense el coste del capital y la prima que una actividad intrínsicamente de riesgo, como es la actividad empresarial, debe soportar. Por un lado, por las subidas de los costes financieros de los últimos dos años y el abuso de las alzas de los impuestos empresariales y patrimoniales (que configuran la componente fiscal del coste de capital), que además de restar recursos, desalientan fuertemente a nuestros empresarios. Por el otro, por la mayor prima de riesgo exigida por los inversores a la actividad empresarial, en un contexto sociopolítico en el que configurar un clima favorable a la empresa no es una prioridad, y en el que se aprueban y se anuncian, aunque no lleguen a aprobarse, continuas medidas de incrementos de costes.

LAS EMPRESAS QUE NO GENERAN BENEFICIOS NO TIENEN GARANTIZADA SU EXISTENCIA A LO LARGO DEL TIEMPO Y ESTOS BENEFICIOS NO SON POSIBLES SIN EMPLEO QUE COMPLEMENTE AL CAPITAL

En este contexto de injustificados prejuicios contra la actividad empresarial, la demagogia también ha alcanzado el campo de las estadísticas e indicadores, del que su mejor exponente es el muy cuestionable nuevo indicador de márgenes. No se entiende este nuevo indicador cuando ya disponíamos de fuentes mucho mejores como las de central de balances del Banco de España, basada en estándares contables y estadísticos internacionales. Lo peor del nuevo indicador de márgenes es su insensibilidad, ya que es un indicador que siempre da positivo, como vulgar semáforo roto, incluso en una situación tan dramática como la crisis del 2020; y cuyo cálculo es incompleto, por sus sesgos de exclusión de los costes financieros, los costes de amortizaciones, las provisiones de impagos, los costes fiscales, las pérdidas de ejercicios anteriores, etc.


Además, carece del más mínimo apoyo en la normativa internacional contable, estadística o experiencia comparable. Dicho esto, las empresas deben aspirar a tener beneficios reales, sostenibles y crecientes en el tiempo, pero no de papel y de “ingeniería contable” como el nuevo

indicador de márgenes. Llegados a este punto, es importante reivindicar más que nunca la figura del empresario y lo positivo de su actividad.


La demagogia política sobre los beneficios en los últimos años ha sido extrema, pero para mí lo más deleznable y reprobable ha sido señalar nominativamente a algunos de nuestros empresarios de más éxito que, además, son grandes fortunas en nuestro país. El error es que, al centrarse en la variable final del proceso económico, la riqueza, se obvia que en el mercado el beneficio acumulado (riqueza) no es sino la cuantificación contable y económica de sus aportaciones previas o de sus familias al producto social, descontados los impuestos soportados, las nóminas de los ingentes empleos generados y las retribuciones de los ahorradores que financiaron sus inversiones. La expectativa de obtener beneficios, y poder llegar a ser uno de estos grandes empresarios en el futuro, es el mejor aliciente para que siga subsistiendo la ilusión de muchos de ser empresarios en nuestro país a la hora de seguir emprendiendo e invirtiendo.


Desasosiega que España sea uno de los países de la UE donde nuestros jóvenes más aspiran a ser funcionarios, y no a ser los empresarios y empresas que generan nuestra riqueza, y que en última instancia hacen posible esta sociedad moderna y próspera que todos disfrutamos. El problema

es que cuando cuestionamos a un empresario, que deberían ser las personas con mayor reconocimiento de nuestra sociedad, estamos destruyendo los incentivos de muchas personas que podrían llegar a ser también grandes empresarios del futuro, que ven como invertir, innovar, asumir riesgos, trabajar y esforzarse, no sólo se traduce en una vida repleta de dificultades y adversidades, sino también de este tipo de reprobaciones tan injustas como contraproducentes.

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